Viena podría perfectamente llevarse el título de la ciudad más majestuosa de Europa, a pesar de que competencia no le falta, gracias a todos sus palacios y edificios deslumbrantes tanto en el centro como en las afueras de la ciudad. De entre todos éstos, el Palacio de Schönbrunn (Schloss Schönbrunn), conocido como el Versalles de Viena, es el más espectacular.
Como sucede con casi cualquier edificio, rincón, o ciudad del viejo continente, al Palacio de Schönbrunn se le compara con otros lugares; por eso suele llevar consigo el sobrenombre de Versalles vienés. Yo, que aún no he estado en la residencia del Rey Sol me pude librar de esta asociación cuando la línea U4 del metro de Viena me llevó a la zona retirada de la Innere Stadt donde se encuentra Schönbrunn.
El Palacio de Schönbrunn fue la residencia veraniega imperial, y se dice que su nombre viene de un pozo artesanal que facilitaba agua a la corte, Schön Brunnen significa literalmente bello pozo. Ordenado construir por el emperador Leopoldo I de Habsburgo a finales del siglo XVII, fue obra del arquitecto Bernhard Fischer von Erlach, no fue hasta el reinado de María Teresa I que Schönbrunn se convirtió en el centro de la aristocracia austriaca.
Al entrar en este recinto, que es patrimonio de la UNESCO desde 1996, el propio palacio de estilo barroco se presenta frente a nosotros. El Palacio de Schönbrunn cuenta con 1441 habitaciones y su decoración interior, ordenada por María Teresa I, es de estilo rococó. Del exterior destaca su fuerte color amarillo, un tono que fue conocido como amarillo Schönbrunn y que cubría todos los edificios relacionados con la monarquía de los Habsburgo.
Pero el principal legado de Schönbrunn a los vieneses son sus jardines, utilizados por los locales de todas las edades diariamente. La gente más joven decide correr a través de este inmenso terreno planeado a finales del siglo XVII, perderse en su laberinto y esprintar entre sus estatuas, alejados de la habitual contaminación, sonora y ambiental. Los más mayores simplemente estiran sus piernas, ejercitan sus extremidades, y evitan problemas en sus articulaciones.
Todo en un espacio que por supuesto cuenta también con invernadero –orangerie– y con el zoológico más antiguo del mundo, fundado en 1752, y que es una atracción en sí mismo. El objetivo principal del mismo es la preservación de las especies que habitan en el edificio barroco rematado con elementos modernistas.
Quizás más espectacular aún que el propio Palacio encuentro la Glorieta de Schönbrunn. Puede que sea esa tremenda pendiente de 60 metros que debes sortear para llegar a él -que no está abierta durante el invierno por miedo a resbalar con el hielo-, o puede que sea la estampa del sol de medio día apareciendo tras ella y cegándote. Sea el motivo que sea este lugar atrajo buena parte de mi tiempo en el palacio mientras en uno de sus bancos observaba la panorámica de la capital que te ofrece el desnivel del lugar.
Además de todos los lugares descritos, Schönbrunn cuenta con el Museo de Carruajes, la Casa de la Experiencia del Desierto y un Teatro de Marionetas. Quizás todas estas opciones son las que hacen que el Gold Pass para un año del Palacio de Schönbrunn, que te permite visitar todo cueste 55.50€ por adulto, sea interesante si visitas habitualmente la ciudad.
Schönbrunn te cuenta la historia de Viena, y de Austria, sin necesidad de agobiarse. Una visita que se puede tomar a cualquier ritmo es siempre bienvenida. Conoce mejor este palacio en tu próximo viaje a Viena.