En el punto de unión de los ríos Stour y Avon se encuentra una de las ciudades más bellas del condado inglés de Dorset, Christchurch. Una ciudad que seguramente sea el secreto mejor guardado al turista extranjero, con una población de muy avanzada edad -el tercio de sus habitantes supera los 65 años- que se niega a compartir aquello que llevan décadas disfrutando.
Delimitada por Bournemouth al oeste y el New Forest al este, Christchurch parece no disfrutar siquiera de su propio espacio, y aún así consigue con su personalidad arrebatadora atraerte como si del personaje principal de este bello documental llamado estrecho del Solent se tratase.
Fundada en 650 y llamada Christchurch desde la construcción de su Iglesia Prioral en 1094, la ciudad fue tierra de contrabandistas hasta la llegada del siglo XX, en el que la perfecta situación de la misma, su bella bahía y sus muchas hectáreas de naturaleza salvaje -todavía conservada- atrajeron a una población que en la actualidad ronda los 50 000 habitantes.
La Bahía de Christchurch, en la que se unen los dos ríos, fue el mayor atractivo para los fundadores de la ciudad, y hoy lo es para pescadores y windsurfistas, que comparten sus aguas cada día, mientras el resto de gentes de la ciudad contempla, desde el verde, el constante juego de la luz del sol y las olas del mar.
Muy cerca de allí, la Playa de Avon en Mudeford, acoge a los bañistas que llegan a una de las mejores playas en kilómetros a la redonda. Tan cerca de Southampton y de la naturaleza, Christchurch se me antoja una base ideal para unas vacaciones en el sur de Inglaterra.
Al aproximarse al centro de la ciudad, los coloridos tonos pastel de las pequeñas casas -de uno o dos pisos- en las calles principales de Christchurch, y que tan habituales son en muchos centros urbanos de Inglaterra, le dan un encanto especial que se resalta en esta ocasión con la presencia de los varios canales que atraviesan la ciudad.
Es la combinación de agua, naturaleza y unas construcciones que sonrojan a cualquier intento urbanístico en zonas costeras españolas. Christchurch podrá tener mucho turismo en verano, pero no ha perdido la esencia de la hermosa ciudad que es por ello.
La mayor atracción de Christchurch es la previamente mencionada Iglesia Prioral y la zona de alrededores, con las ruinas del Castillo de Christchurch y la Constable’s House. Todo esto a escasos metros de la calle más transitada, llena de pequeños comercios y grandes franquicias. Un oasis hasta en el punto más caótico. Es este lugar, y seguramente el Castillo de Highcliffe que hay a las afueras de Christchurch, pasando Mudeford, son los puntos turísticos por excelencia.
Llegar a Christchurch es realmente sencillo. De hecho, el aeropuerto de Bournemouth está más cerca de Christchurch que de la propia Bournemouth, y es hasta posible llegar a pie en menos de una hora de la estación de trenes de la ciudad al aeropuerto, ahorrándote así varias libras del viaje del aeropuerto a la ciudad si tu equipaje no es muy molesto.
Puede ser que los ingleses consideren a Christchurch como un destino turístico, pero desde luego el tipo de destino turístico dista mucho de lo que estamos acostumbrados a entender. Aquí hay mucho más que playas y ni tan siquiera hay rascacielos. Hay historia y naturaleza, y por eso Christchurch merece, al menos, una visita de un día.
Mudeford Quay, el muelle de entrada a Christchurch
Entre la playa de Avon y la bahía de Christchurch hay un pequeño muelle con un encanto especial, pescado fresco, un restaurante en el que saciar el hambre, y la posibilidad de cruzar al otro lado de la bahía mediante un viejo barco. Muderford Quay es otro de esos lugares mágicos que la costa de Inglaterra nos ofrece.
Ya por el siglo XVII, cuando la zona era propiedad de contrabandistas y piratas se construyeron las primeras casas en el muelle de Mudeford. Algo después, en 1830 abriría la Haven House Inn, una posada que hoy sigue siendo un restaurante y que ofrece pescado recién traído del mar. El muelle como tal no sería construido hasta un siglo después, justo durante la Segunda Guerra Mundial.
Decía que Mudeford Quay delimita una zona de la bahía de Christchurch, la parte norte concretamente, mientras que Hengistbury Head, y más concretamente el Mudeford Sandbank componen el pedazo sur de tierra que protege las tranquilas aguas junto a las cuales se construyó la ciudad de Christchurch. Además de Mudeford Sandbank, justo frente a ti, puedes, si el día no es nublado, a lo lejos, ver la isla de Wight y su accidente geográfico más conocido, The Needles.
Pero volvamos al muelle, porque además de la posada, perfecta para resguardarte del frío si visitas Mudeford Quay en un día de invierno, tienes una tienda de pescado que promete un género todo lo fresco que es posible, vendido al peso pocos minutos después de ser pescado.
Porque la pesca es la vida de este lugar, se observa en las nasas y demás material pesquero apilado en las orillas del muelle, junto al cual un cartel te informa de que estás en el punto de partida del ferry que lleva al Mudeford Sandbank. Se observa también en las gaviotas, que esperan nerviosas el momento del cierre del puesto de pescado, en el que el género que no se ha vendido acabará en los contenedores de alrededor, listo para que ellas den buena cuenta de él.
Pero sobre todo se observa en las barcas, las muchísimas barcas dispuestas a ser lanzadas de nuevo al mar, un mar que en invierno solo se atreven a probar los locos windsurfistas que disfrutan, como ellos solos pueden, de un día de perros.
Los bancos de madera que encuentras junto a las casas en Mudeford Quay te invitan a dedicarte a mi deporte favorito, la contemplación, contemplación que se hace con los ojos y con la mente, pues ésta es capaz de navegar no solo por la bahía y el Solent, sino también por tiempos pasados que seguro fueron notables en este lugar.
Qué pena que el viento invernal retire rápidamente la invitación a contemplar en un día de diciembre. De la misma forma que es una pena no poder disfrutar de la zona de césped cercana, objeto de meriendas veraniegas y yerma en invierno.
Aprovecha, si vienes en coche que hay un horrible aparcamiento en el centro del muelle y disfruta, tanto en verano como en invierno de un lugar especial. Si te traes una pequeña red podrías hasta probar a cazar tus propios cangrejos y comer con la satisfacción, ya casi olvidada, de haber llevado a la mesa los manjares a degustar gracias a tus manos y no al contenido de tus bolsillos.