Un espacio amplio, sin florituras, con apenas transeúntes y apartado del centro neurálgico de una ciudad no parece un lugar digno de recomendación en una de las mayores ciudades de Francia, ¿verdad? Pues la Plaza Real del Peyrou tiene buena culpa de mi amor por Montpellier, a pesar de tener estas características.
A Montpellier la he ido conociendo y amando poco a poco. Para nada fue un flechazo. No es que no me gustase inicialmente, es sencillamente que no nos conocíamos suficiente. Llegué allí de casualidad, cuando a última hora, estando en París, decidí no tomar el tren que ya había pagado para ir a Orleans y cancelar mi reserva de habitación y compré un billete de tren para ir a Montpellier y así poder llegar a España mucho antes de lo planeado. Mi madre quería verme cuanto antes, y a una madre no se le hace esperar.
Entonces no pasé por la Plaza Real del Peyrou. Tendrían que pasar cuatro meses más para que en una lluviosa mañana de noviembre comenzase a ascender las cuestas que llevan a este lugar al oeste de la ciudad, a escasos pasos del Arco del Triunfo de Montpellier, conocido también como la Puerta del Peyrou. Quería escapar de una de las pocas experiencias que he tenido con CouchSurfing que considero malas, así que cualquier lugar era mejor que el hogar de mi huésped.
Así me planté en este lugar cuya historia comienza con la inauguración, en 1718, de una estatua ecuestre dedicada a Luis XIV. No es la que reina en la Plaza Real del Peyrou actualmente, ésta data de 1838. A partir de 1766 la plaza comienza a tomar forma, y en 1774, fecha de ascensión de Luis XVI al trono, el arquitecto Jean Giral completa la construcción del lugar.
En el siglo XIX la Plaza Real del Peyrou se embellecería aún más con los árboles de la terraza superior, pero el tiempo no ha pasado en balde y su estado se ha deteriorado hasta el punto de necesitar una reforma.
Cuando el buen tiempo lo permite, que es habitualmente en el sur de Francia, desde la Plaza Real del Peyrou se pueden disfrutar de vistas al Macizo de la Gardiole y hasta el mar Mediterráneo, reflejando la luz del sol cual espejo de infinitas dimensiones. Y toda esta vista sin prácticamente interrupciones, pues sus 52 metros de altura sobre el nivel del mar fueron la máxima cota de altitud permitida para edificios de Montpellier desde tiempos del Rey Sol.
La Plaza Real del Peyrou es, en definitiva, un amplio espacio perturbado sólo por la serie de farolas y árboles que en la largas líneas delimitan las distintas áreas de los dos niveles de terrazas que formal el recinto. Un recinto en el que además de la estatua de Luis XIV destaca el Château d’Eau.
Esta torre de agua fue construida en 1768 para facilitar la distribución del agua potable en la ciudad de Montpellier proveniente del Acueducto de Saint-Clément, de 14 kilómetros de distancia y que desemboca en la plaza. Su forma hexagonal, decorada con columnas corintias le dan esa imponente presencia y fotogenia.
A los pies del acueducto, los martes y sábados, puedes encontrarte con un fantástico mercado que ofrece productos locales y que descubrí en una visita posterior a Montpellier gracias a una amiga. Otro motivo más para pasear por la Plaza Royale du Peyrou de Montpellier.