Si piensas viajar a Tallin y acabas de comenzar a documentarte viendo fotos, vídeos y artículos de otras webs, tu imagen de la capital de Estonia se asimilará a una ciudad de cuento de hadas, un lugar medieval de angostas calles empedradas y tejados que terminan en punzantes chapiteles. Y eso que quizás, antes de ver tus primeras fotos, tu idea de Tallin era de una ciudad de pasado soviético, al otro lado del telón de acero, fría más por el cemento y falta de color de sus construcciones que por su clima. Linnahall te dará una dosis de esta primera Tallin que imaginaste, a sólo unos metros del paraíso medieval.
Pensemos en el mundo hace ya casi tres décadas, 1980, un año muy especial para mí, pues mis padres se casaron y sólo un año después yo nacería. España tenía una democracia todavía con dientes de leche, pero a nivel global las cosas estaban bastante más oscuras. Había dos mundos, los dos mundos que la Segunda Guerra Mundial había dejado, uno iba de la mano de Estados Unidos, el otro era el de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y sus aliados.
La Unión Soviética había invadido Afganistán en la Nochebuena de 1979 y en respuesta 66 países boicoteaban las Olimpiadas de 1980 en Moscú. Una catástrofe en la capital de República Socialista Soviética de Estonia, que había sido elegida como sede de los eventos marítimos por el gobierno central de Moscú.
Ésta elección no había sido trivial. Estaba claro que Moscú, una ciudad a cientos de kilómetros del mar más cercano, no podía ser sede de regatas y otros eventos acuáticos, pero era Odesa, en la actual Ucrania, quien parecía la opción más lógica. Los movimientos separatistas en las Repúblicas Socialistas Soviéticas Bálticas, que comenzaban a ganar una fuerza que desembocaría, alrededor de una década después, en la Revolución Cantada, fueron los que decantaron la elección. Se pensaba que el espíritu olímpico ayudaría a fomentar la cohesión y el sentimiento socialista en Estonia.
Así se construían una buena cantidad de edificios en la ciudad. Pirita vería el mayor cambio con la llegada de su puerto olímpico y su ciudad olímpica, hoy sede del club de yates y de algunos hoteles al noreste de la ciudad. El Hotel Olümpia se alzaba en el centro de la ciudad como la construcción más alta de Tallin por entonces, dejando atrás al Viru Hotel y su historia de espionaje. Entre el puerto y el centro histórico, pegado al mar, se construía el Palacio de Cultura y Deporte V. I. Lenin, una mastodóntica obra de cemento que funcionaría como sala de conciertos y deportes.
La construcción corrió a cargo de Raine Karp -uno de los arquitectos estonios más famosos de la época- y Riina Altmäe, y sus 37 000 metros cuadrados en piedra caliza cambiarían sutilmente el perfil de la costa de Tallin. Digo sutilmente porque Linnahall (nombre que recibió el edificio al ganar Estonia la independencia en 1991) no es especialmente alto. De esta manera se quería permitir que la impactante silueta del casco histórico de Tallin fuese aún visible a aquellos que llegasen a la ciudad por mar. ¡Menos mal!
Siempre he dicho que Linnahall en cierto modo me recuerda a una esfinge decapitada, en la que esas escaleras que aparentemente se mueven en todos los sentidos son sus extremidades. En el interior de este demonio mitológico se encontraba un anfiteatro con 4800 asientos y una pista de patinaje sobre hielo con otras 3000 plazas. También el mejor estudio de grabación de toda Estonia, donde muchos artistas estonios de la época grabaron sus álbumes.
Con la caída de la Unión Soviética, Linnahall siguió en funcionamiento por casi dos décadas. Pero algo no funcionaba. El mal recuerdo que este edificio generaba a los locales, sus altos costes de mantenimiento, y el rumor de que sus rápida construcción hizo que los materiales utilizados para la misma no fuesen los ideales; todo ayudó a un deterioro exagerado de un lugar que en el que la gente local de mi edad aún recuerda haber patinado o visto más de un concierto.
Daba igual que artistas internacionales como Duran Duran (2001) o Lou Reed (2008) hubieran tocado aquí. En 2009 se cerraba oficialmente -y hasta la fecha- Linnahall al público. Comenzarían pronto a circular rumores de todo tipo sobre su reapertura, algunos de los cuales hablaban de una destrucción completa del edificio.
No todo Linnahall dejó de usarse entonces. Un puerto de catamaranes anexo es el lugar desde el que parten las embarcaciones de Linda Line en dirección a Helsinki durante los meses de verano en la que es la ruta más rápida (alrededor de 100 minutos por trayecto).
Su helipuerto también continuó funcionando hasta que Copterline, la compañía que ofrecía la ruta Tallin – Helsinki en helicóptero en 18 minutos cerró, aunque hay todavía una compañía llamada Holmar que ofrece servicios de vuelos en helicóptero desde 850€/hora, pero no de formal regular.
El Club Poseidon y el café Kohvik Nord en la parte que da al mar también se encuentra aquí. Aunque no muy conocidos para el visitante. Lo que sí hace muchísima gente en verano, servidor incluido, es subir las escaleras de Linnahall para disfrutar, desde allí, de una de las mejores puestas de sol que Tallin ofrece, viendo el sol ponerse en el mar, y tomando alguna bebida -aunque beber en la calle es ilegal y por tanto no te lo voy a recomendar.
Pero el interior, inaccesible, podría ofrecer mucho más. No tienes más que ver el documental How long is the life of a building? (¿Cuán larga es la vida de un edificio?) presentado a la Bienal de Arquitectura de Venecia en 2012 para hacerte una idea tanto del terrible estado actual como de sus posibilidades.
Afortunadamente los últimos estudios realizados sobre Linnahall concluyeron que su estructura se encontraba en mejores condiciones de lo que a simple vista parecía, y así, en diciembre de 2016, el ayuntamiento de Tallin hizo oficial una renovación completa del edificio que comenzará en otoño de 2017 y se espera concluya en la primavera de 2019.
Linnahall se convertirá en un nuevo y moderno teatro de 500 plazas y una sala de conciertos de 3500. La antigua pista de patinaje sería convertida en doce salas de conferencias mientras que la zona junto al mar tendrá tiendas y restaurantes.
Hasta entonces, aunque todavía no se pueda disfrutar de su interior, Linnahall cuenta como nadie la historia reciente de un país lleno de cambios tras toda una historia de servidumbre. Con el puerto y la vieja Tallin, tan cerca, no puedes perdértelo.