Cuando un viajero visita un hotel con personalidad puede quedar cautivado, casi atrapado en el tiempo, regresar a lugares a los que no podremos viajar, por mucho presupuesto que tengamos, porque ya no existen. El Hotel New York de Róterdam te transporta a principios del siglo XX, cuando los mayores puertos de Europa fletaban transatlánticos al nuevo mundo llenos de gente buscando una segunda oportunidad.
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Cuando estuve explorando las posibilidades hoteleras de Róterdam, que no son pocas, me encontré con varias joyas, pero quizás ninguna con la personalidad e historia del Hotel New York. Por eso cuando Laura van den Oever, una de las responsables de marketing y comunicación del hotel me ofreció la posibilidad de pasar una noche junto al río Meuse alojado en este hotel acepté en seguida.
En la orilla sur del río Meuse, al cruzar el Erasmusbrug y formando parte del barrio de Róterdam conocido como Kop van Zuid, se encuentra el Wilhelminapier del que te hablé en mi ruta a pie por Róterdam. Este lugar combina, como ningún otro, la historia con el presente de esta ciudad en cambio constante. Y en su punto más occidental, junto a una explanada que se abre al río y la línea de horizonte de la ciudad, se encuentra el Hotel New York, que no siempre fue un hotel.
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Mucho antes de la revolución de los rascacielos en Róterdam y de la destrucción de la ciudad por los Nazis, Róterdam era ya uno de los puertos más importantes de Europa. Testigo de la historia de miles de emigrantes que se lanzaban a la aventura gracias a la proliferación de los viajes transatlánticos. Estábamos a caballo entre el siglo XIX y el XX, Revolución Industrial era el término clave. Y fue entonces cuando en 1896 se funda la Holland-Amerika Lijn (HAL), que comienza el transporte de emigrantes de Róterdam a Nueva York.
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Comenzado el nuevo siglo, entre 1901 y 1917 se lleva a cabo la construcción de las nuevas oficinas de la HAL, un edificio cuyas dos torres son el punto más alto de todo el Wilhelminapier, aunque hoy en día parezca inverosímil. A través de guerras y depresiones el negocio de la emigración en transatlánticos se mantiene vivo hasta que a partir de los años sesenta comienza el declive debido a la expansión de los vuelos comerciales. En 1977 la HAL se traslada a Seattle dedicada ya a los cruceros turísticos y en 1984 se pone en venta el edificio de la sede en Róterdam.
Tienen que pasar casi diez años para que unos visionarios, Daan van der Have, Hans Loos y Dorine de Vos se hagan con la propiedad del edificio y lo reabran como un hotel. Pero desde entonces, y a pesar de haber cambiado de dueños en dos ocasiones, siendo ahora propiedad de la cadena WestCord, el Hotel New York no ha hecho más que prosperar.
Desde fuera, el hotel parece pequeño en la distancia, oculto entre los rascacielos del Wilhelminapier, pero a medida que uno se acerca, tanto si lo hace a pie como en uno de los populares watertaxi de Róterdam comienzan a llamarte la atención sus dos torres esmeralda, sus banderas, y el dorado de la veleta sobre una de las torres, que representa el De Halve Maen, barco con el que Henry Hudson descubrió Manhattan en 1609.
Sobre el oscuro tono del ladrillo de su fachada, unas letras doradas como la veleta te recuerdan que este lugar, antes de ser un hotel, fue la sede de esa Holland-Amerika Lijn. En sus ventanas toldos con franjas verticales rojiblancas y verdiblancas dan una nota de color, casi playera, al local.
La entrada principal del Hotel New York, la grande, bajo la fachada y frente a la explanada, es la entrada al restaurante del hotel, así que si te vas a alojar en él no hagas como yo y en lugar de entrar por ella hazlo por la pequeña entrada lateral en la parte norte del edificio marcada con un cartel luminoso. Está junto a una barbería masculina que lleva siendo de la misma familia desde 1884 y cuyos servicios puedes contratar en el hotel.
Una vez dentro de la recepción, a la cual llegas a través de unas antiguas puertas giratorias de madera, eres pronto testigo del cuidado con el que se ha elegido y perpetuado la temática del hotel. Aquí el mar es el rey, o mejor dicho los viajes transatlánticos que antaño se organizaban en este mismo lugar. Cada elemento decorativo te recuerda a ellos e incluso en la pequeña librería que hay frente a la recepción, y en la que puedes comprar libros o enseres que hayas podido olvidar, la literatura marítima es protagonista.
Tras recibir la llave de mi habitación, una de verdad, no una tarjeta, subí las escaleras hacía el primer piso, encontrándome no sólo con más elementos decorativos, sino con vidrieras de cristal tintado que dan un aire de solemnidad a estos pasillos y escaleras.
Llegaba a mi habitación, la 112, una de las corner rooms, habitaciones con un precio estándar de 180€ y que Laura me había asignado muy amablemente. Me sorprendió en seguida su tamaño, era inmensa, con vistas al río Meuse y los rascacielos del Wilhelminapier.
La cama tamaño king size se encontraba en una zona elevada dentro de la propia habitación. Completamente cubierta de caramelos, que aún no he conseguido terminar, me daba una acogedora bienvenida, más agradable aún después de haberme empapado completamente en una de esas tormentas de verano que en los Países Bajos parecen el Apocalipsis.
Frente a la cama un televisor bordeando este espacio en dos de sus paredes gigantescos ventanales que dejaban pasar una luz inverosímil, a pesar del mal tiempo y orientación. Y en ella colchones de Treca de París, sábanas y cubre almohadas de percal, algodón en el cubre y almohadas con plumas de pato. Una siesta era obligatoria una vez entrados en calor.
Ya descansado me decidí a explorar el resto de mi habitación, donde los muebles aparentaban ser baúles o partes de cofres dispuestos a llevar mercancías o equipaje en uno de los transatlánticos de la HAL. Una gran mesa de estudio con su propia cafetera de cápsulas y varias botellas de agua a disposición del huésped. No hay minibar, pues el servicio de habitaciones funciona las 24 horas.
Un par de sillones y un diván en el que tumbarse sin los molestos cuestionarios de un psicoterapeuta completaban, junto a un armario de madera, el mobiliario de este espacioso lugar. Tan espacioso que creo que he vivido en apartamentos más pequeños.
Un óculo en la puerta del baño, otra nota más del mar da la entrada a otro amplio espacio, con cuadrados azulejos blancos y negros, formando en la zona del baño un tablero de ajedrez. Dos pilas separadas con sendos espejos, para no tener que esperar a tu compañero en las mañanas, son el elemento más destacable.
El Hotel New York tiene 72 habitaciones en total, todas con Internet gratuito, y con un rango de precios que va desde los 99€/120€ de las Patio rooms hasta los 315€ por noche de la Maas Suite. El desayuno tiene un precio de 17.50€ y la tasa de la ciudad se paga también aparte.
El día de mi salida me mostraron otras de las habitaciones del hotel, especialmente la Board room suite, con su jacuzzi con vistas al río Meuse y su chimenea, y el Loft, que tiene una gran terraza en la que poder tomar el sol si el tiempo es bueno, y una copa de vino.
No puedo terminar de hablar del Hotel New York sin mencionar su restaurante que, con espacio para unos 400 comensales, es el punto de encuentro de muchos locales especialmente durante el fin de semana y gracias a su gran oferta de mariscos en su Oyster Bar y a su terraza de verano.
En él se sirve también un desayuno que es bastante completo y en el que se combina la bollería y productos dulces con los productos esenciales del Full English Breakfast. Si tienes suerte, como yo tuve, de no encontrarte con mucha gente cuando bajes a desayunar, podrías hacerlo junto a una de las ventanas con vistas al río.
El tiempo ha pasado y las torres del edificio de la Holland-Amerika Lijn ya no son el punto más alto del Wilhelminapier, más bien al contrario, parecen un enano entre mastodontes. Ya no se despiden tristes emigrantes de sus familias en busca de una nueva aventura, ni cabizbajos vuelve aquellos que probaron suerte y no la tuvieron, pero el Hotel New York sostiene esos recuerdos y ofrece aquello que siempre buscamos los vividores en nuestro alojamiento, algo que contar.
Un viaje a Róterdam sin al menos un día en Ámsterdam parece incompleto. Te pongo las cosas fáciles para que esto no te suceda contándote cómo pasar un día en Ámsterdam y cómo ir de Róterdam a Ámsterdam.
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