Cómo me hubiese gustado escribir un artículo completamente distinto a éste tras visitar la Catedral Anglicana de Liverpool, un fantástico edificio construido en el siglo XX que, ni más ni menos, es la catedral más grande del Reino Unido y la séptima del mundo.
Me encantaría que no quedase atrás todo aquello que es relevante de esta genial estructura, orgullo de los habitantes de Liverpool y un ejemplo de arquitectura eclesiástica en los últimos 100 años. Pero el ansia, más que la necesidad, por obtener un beneficio económico de los gestores de la misma ha condicionado las próximas líneas sobre ésta que es una de las dos catedrales de Liverpool, y que se ha convertido en un esperpento orientado a sacar el mayor partido posible del visitante.
La obra de Giles Gilbert Scott, estudiante de arquitectura de 22 años en aquel momento, se comenzó en el año 1904 y fue rediseñada al abrirse la parte más antigua de la catedral, la Lady Chapel. No sería, no obstante, hasta 1942 cuando la impactante única torre del edificio se terminaría y hasta 1978, 74 años después del inicio de las mismas, que las obras se dieron finalmente por terminadas.
Así, la Catedral de Liverpool figuró como un amplísimo espacio construido en su totalidad mediante piedra arenisca roja proveniente de la cercana Woolton. Un lugar en el que no solo sus cristaleras, algunas de ellas de una impactante modernidad, destacan, sino que también lo hace esa torre de 100 metros que contiene el carillón más pesado del mundo -31 toneladas.
La Vestley Tower ofrece seguramente una de las mejores vistas de Liverpool, a cambio de las 5£ de la entrada, y desde ella se puede ver un atardecer que debe marcar una visita a la ciudad de los Beatles. Una televisión en la entrada de la torre te muestra lo que te espera tras pagar el precio de tu ticket a la torre.
Y no, no es la entrada a la torre el esperpento del que te hablaba más arriba. Ojalá. Porque se puede financiar el mantenimiento y restauración de un edificio de la importancia de la Catedral de Liverpool mediante entradas de este tipo, como sucede en muchas otras ciudades de Europa.
El problema llega cuando se cae en el absurdo de convertir un edificio de culto en un conjunto de incongruencias y parafernalia con el fin exclusivo de obtener dinero. No hablo de pedir donativos o cobrar una pequeña entrada, hablo de tener letreros de neón, elementos de atrezo, guías disfrazados y un sinfín de souvenirs.
Hablo de tener lo que han dado a llamar centro de visitantes -que costó dos millones de libras-, y que yo personalmente llamo aberración, que consiste en una tienda con una cafetería y un restaurante anexo. Todo esto dentro del recinto de la propia catedral. No es cercano ni contiguo. Puedes tomarte un café o un asado tras comprar estampitas sin salir de los muros de la Catedral de Liverpool.
Es algo que no es normal, y que te da la sensación de tomadura de pelo cuando llegas al punto de no poder entender cuándo la persona ante ti es un actor contratado y cuándo un párroco. ¿En cuántas catedrales del mundo has visto una palmera de papel decorando un espacio presidido por unas luces de neón rosa?
Estoy convencido de que cuando el poeta John Betjeman describió a la Catedral de Liverpool como uno de los grandes edificios del mundo en una frase de la que se regocijan en la propia página web del templo, éste aún no se había convertido en un negocio que disuelve el encanto de uno de los edificios más bellos de la ciudad.
Con esto no quiero convencerte de que no visites la Catedral de Liverpool en tu viaje a la ciudad, sino que te quiero dar de antemano el disgusto, para que vayas preparado. Y si has estado ya, dime en los comentarios qué te pareció a ti todo lo que viste. ¿Quizás estoy exagerando?