Rodeada de montañas, en los pre-Alpes franceses, se encuentra una ciudad histórica que esconde hasta una leyenda sobre Madrid. Chambéry, capital de la Saboya, es un destino ideal para una escapada en la naturaleza o para los amantes de la historia.
No me extrañaría que hasta toparte con este artículo nunca hubieses oído hablar de la ciudad de Chambéry y pensases que aquí te hablaría del homófono barrio de Chamberí en la capital española. Esta similitud no es coincidencia, pues esta zona de Madrid toma su nombre de la ciudad. Según la leyenda, el barrio de Chamberí fue bautizado así por María Luisa Gabriela de Saboya, primera esposa de Felipe V, quien encontró tantas similitudes entre su ciudad natal y este área de Madrid que le cambió el nombre.
Antes de ser capital de la región francesa de Saboya, Chambéry también fue, precediendo a Turín, la primera capital del Ducado de Saboya, a caballo entre las actuales Francia e Italia. Fue entonces, en el siglo XV, cuando creció esta ciudad protegida por los las primeras montañas de los Alpes, aprovechando que era de paso obligatorio para todo aquel que quisiese viajar entre la península italiana y el Reino de Francia.
El centro histórico de Chambéry aún conserva muestras de esos tiempos de apogeo con grandes mansiones -denominadas «hoteles particulares» hoy en día para diferenciar el uso antiguo de la palabra francesa hôtel del actual- cuya construcción se remonta hasta este siglo XV en ocasiones.
En Chambéry uno debe dejar atrás el miedo a lo desconocido, la precaución y el temor por invadir una propiedad privada o, sencillamente, «meternos donde no nos han llamado». Aquí cada rincón, cada pasillo, cada angosta callejuela, debe ser explorada, pues seguramente nos muestre una especial estampa, ajena a turistas y olvidada por los locales.
También debe andarse con cuidado y ojo escudriñador, para no caer en el equívoco de pensar real aquello que no lo es. En Chambéry, mucho antes de que el arte urbano entrase en ese limbo entre la ilegalidad y la ferviente popularidad en el que se encuentra ahora, ya se hacían pintadas que se integraban perfectamente en sus edificios.
¿El motivo? Debido a la inestabilidad del suelo en Chambéry y la construcción sobre pilotes, la roca usada para edificar en este lugar es tan ligera que cualquier motivo tallado en ella se erosionaría antes de que el primer propietario hubiese dejado el inmueble. El trampantojo -del francés trompe-l’œil– saciaría los deseos decorativos de los burgueses añadiendo un toque de ilusión a la realidad y de sorpresa a los visitantes.
No hay que olvidar tampoco que Chambéry, a pesar de tener una población inferior a los 60 mil habitantes, tiene una fuerte presencia estudiantil gracias a los 12 000 alumnos registrados en su universidad, que dan esa vida, juventud y, en ocasiones, interés cultural, que a ciudades más adultas le suele faltar. Sus terrazas dan fe de ello apenas hace aparición el sol.
Pero aunque para mí Chambéry fue, por falta de tiempo, un destino urbano, pues apenas tenía dos noches durante mi #VExEuropa; uno de los mayores reclamos de la ciudad es la cercanía con esas montañas visibles desde casi cualquier punto y más presentes aún desde la torre más alta del Castillo de los Duques de Saboya.
En invierno el lugar se convierte en una interesante base para muchísimo esquiadores que no quieren quedarse en los caros hoteles de las estaciones de esquí alpinas, mientras que en verano, lugares como el lago Bourget o el de Aiguebelette nos acercan a la naturaleza mientras recuperamos el aliento perdido por la polución y limpiamos nuestros pulmones.
Los destinos menos esperados se convierten muchas veces en los más interesantes para un viaje especial. Quizás nunca antes pensaste visitar Chambéry pero, ¿a que has cambiado de idea?