No muy lejos del centro de Lovaina se encuentran la Abadía de Santa Gertrudis y el Klein Begijnhof, pequeño beguinaje de la ciudad. Un lugar tranquilo y solitario que, sin embargo, tuvo un papel importantísimo en el desarrollo de la ciudad y hoy en día ha recuperado su belleza gracias a muchos procesos de restauración realizados en las últimas décadas.
Lovaina nunca ha tenido demasiada suerte con el turismo. A pesar de su belleza y la cercanía tanto a la capital, Bruselas, como al mayor aeropuerto del país, el Aeropuerto Internacional de Bruselas, siempre ha sido ninguneada por las dos grandes bellezas flamencas: Brujas y Gante; y por la ciudad más ciudad de Bélgica, Amberes. Hoy en día, al menos, ha conseguido incorporarse en los itinerarios de algunos visitantes al país como elección para un viaje de un día, pero pocos se salen del eje que forman la estación de tren al este, Grote Markt y Oude Markt en el centro y el Groot Begijnhof al sur.
Y eso que a tan solo 9 minutos a pie de Grote Markt en dirección norte se encuentran la antigua Abadía de Santa Gertrudis y el Klein Begijnhof. La abadía, que hoy en día no existe como tal, y cuyos edificios hoy funcionan como domicilios privados y oficinas administrativas, fue fundada en el siglo XIII con tan sólo 12 miembros de la orden de canónigos regulares de San Agustín.
Tras la ocupación francesa en el siglo XVIII fue cerrada hasta que, al terminar la Primera Guerra Mundial fue reabierta como abadía benedictina para las monjas de Lieja, pero cerraría definitivamente cuando éstas abandonaron Lovaina para dirigirse a Lovaina la Nueva junto a la parte francesa de la universidad tras la separación que creó esta nueva ciudad.
La iglesia de la abadía, construida poco después de ésta, todavía está en funcionamiento. De su interior destacan los asientos de su coro, tallados en madera en estilo gótico tardío y restaurados tras la segunda guerra mundial gracias a las fotografías de uno de los oficiales nazis. Pero lo más famoso de la Iglesia de Santa Gertrudis es su torre, una de las siete maravillas de Lovaina.
Fue obra de Jan van Ruysbroek, encargado de construir también la torre del Ayuntamiento de Bruselas. La torre de 71 metros destaca por haber sido construida sin usar ni un solo clavo, algo que fue toda una innovación en la zona por aquella época. Su carillón del siglo XVIII es también bastante conocido.
Tras la fundación de la Abadía de Santa Gertrudis (que todavía no tenía ese nombre), surgió en sus inmediaciones un pequeño beguinaje. Al contrario que el Groot Begijnhof, éste tenía solo una calle y un par de callejones y las beguinas ayudaban principalmente con las tareas de mantenimiento de la abadía.
Sin llegar a superar jamás el centenar de beguinas, el Klein Begijnhof subsistió a lo largo de los siglos hasta que la llegada de la revolución francesa y los nuevos aires que se respiraban en Europa terminaron por volverlas obsoletas en el siglo XIX. Sus edificios, en desuso, fueron siendo adquiridos u olvidados hasta que con el final del siglo XX, de forma similar a lo ocurrido en el Groot Begijnhof, nuevas reformas le devolvieron su imagen actual.
Eso sí, el Klein Begijnhof no es propiedad de la Universidad de Lovaina. Las casas son propiedades privadas, de un blanco impoluto y una tranquilidad que roza casi el absurdo. Los actuales habitantes del Klein Begijnhof, entre los cuales se encuentran también familias con hijos, han conseguido respetar al máximo el legado recibido al adquirir sus hogares.
La Abadía de Santa Gertrudis, su iglesia, y el Klein Begijnhof forman un conjunto que tiene casi tanta historia como la propia ciudad de Lovaina, y por tanto sería una auténtica pena el no aprovechar un viaje a Lovaina para visitarlas.