El momento más impactante de mi ruta por Bélgica y sus abadías trapenses fue, sin lugar a duda, mi visita a la Abadía de Orval.
No sé si fue la niebla que nos recibió a la llegada a este valle de la región de Gaume, al sur de las Ardenas belgas, o el haber probado el día anterior la mejor cerveza del mundo en Westvleteren, pero el corazón se me paró al bajar del coche y contemplar la extensión de esta maravillosa abadía desde fuera. «Los monjes saben dónde poner sus monasterios» me comentó en su día un anciano belga, ¡y qué razón tenía!
Fue alrededor de 1070 cuando un grupo de monjes peregrinos que provenían del sur de Italia se estableció en el lugar en que hoy en día se encuentra la Abadía de Orval. Éstos no permanecieron allí más de cuarenta años, pues tenía que seguir su tarea de peregrinaje y conversión, pero pocos años después, en 1132, la Orden del Císter se haría cargo de la abadía.
Desde entonces el lugar se llenaría de misticismo, leyendas se sucederían, y hasta el mismo Miguel de Nostradamus, aquél que pareció adivinar lo que ocurriría incluso en el entonces lejano siglo XXI, utilizaría el lugar como inspiración y retiro para escribir sus primeras profecías tras la muerte de su primera esposa y dos hijos, víctimas de la peste.
Reserva tu alojamiento cerca de la Abadía de Orval
He seleccionado los alojamientos más cercanos a la Abadía de Orval:
- Gîte de L´ô d´Or, 2.6 kilómetros.
- Le Relais D Orval, 2.7 kilómetros.
- Gîte de la cascade, 2.8 kilómetros.
- O Sixième Sens, 4.2 kilómetros.
La leyenda del origen de Orval
Pero la historia oficial del origen de la Abadía de Orval es aburrida, y su leyenda mucho más fácil de recordar y disfrutar. Ésta dice que en el año 1076 Matilde, duquesa de Toscana, era también la soberana de la región. Paseando por la zona, se sentó junto a una fuente, y allí, por un descuido, terminó viendo su anillo nupcial, recuerdo de su difunto marido Godofredo el Jorobado, caer en las límpidas aguas que siglos después servirían para fabricar la cerveza de Orval.
Matilde, impotente, hizo lo que todo buen cristiano desesperado hacía en la época, ponerse a rezar a la virgen María para que obrase el milagro que le trajese de vuelta el anillo. Intervención divina o no, sigue la leyenda contando que una trucha salió del agua portando en su boca la alianza. En pleno éxtasis Matilde lanzó al aire las siguientes palabras: «¡He aquí el anillo dorado que estaba buscando! ¡Bendito sea el valle que me lo devolvió! ¡A partir de ahora y para siempre, quiero que sea llamado Val d’Or!» Orval ya tenía nombre, y también símbolo, pues la trucha y el anillo son la imagen de la abadía y sus productos.
La Abadía de Orval
Dejando de lado misticismos y leyendas, la Abadía de Nuestra Señora de Orval, entre los bosques de las Ardenas que cubren buena parte de la provincia belga de Luxemburgo -no confundir con el país homónimo- fue saqueada y destruida durante la Revolución Francesa, y no sería reconstruida hasta bien entrado el siglo XX y pasada la Primera Guerra Mundial, en 1926.
Henry Vaes sería el encargado principal de esta rehabilitación, a la vez que utilizaría la imagen de la trucha y el anillo en el diseño del cáliz original en el que se toma la cerveza de Orval. La nueva abadía en suaves tonos arenosos, deslumbró por su uso del art déco, tan popular en la época, y representado por la figura del Christus Patiens que domina el patio interior de la nueva abadía.
Visita a la antigua Abadía de Orval
Pero la abadía actual, en tanto que sigue funcionando y los monjes cistercienses realizan sus tareas en ella, no puede ser visitada si no es previa solicitud de un período de contemplación y retiro en la misma. No obstante, ésta es la única de las abadías trapenses de Bélgica que puedes explorar.
La abadía original del siglo XII, destrozada por un incendio y completamente en ruinas está abierta a los visitantes y con un precio de 6.00€ por adulto que se me antoja toda una ganga por lo que hay que ver en ella y, sobre todo, el entorno que te arropa y te lleva a un lugar atemporal en el que la hora parece a la vez pararse y retroceder a velocidades vertiginosas hasta que nos sitúa en el momento en que Bélgica no era Bélgica, sino un cúmulo de condados, ducados, y otros caprichos de la nobleza.
El silencio suena con fuerza, ocultando el ruido de tus pasos por el patio que conecta los varios edificios y áreas a visitar: la vieja abadía, con su rosetón, otro de los símbolos del lugar; la fuente en la que teóricamente Matilde perdió su alianza por unos breves pero agonizantes instantes; el jardín de plantas medicinales; el edificio con un vídeo que exhibe el día a día de la abadía; otro edificio más con una exposición sobre los productos de Orval que sonroja al moderno Espacio Chimay; y en el sótano de la actual abadía, un museo monacal con maquetas y obras de arte que son patrimonio de la abadía.
La cerveza y el queso de Orval
Y a pesar de la belleza del lugar, del misterio y magia que lo envuelven, son los placeres más básicos del hombre los que te habrán traído aquí: comer y beber. Comer un queso que se fabrica desde 1928, basándose en la receta de los monjes trapenses de la Abadía de Port du Salut. Una receta que data de 1816 y que tiene como ingrediente principal la leche de vaca entera de las granjas de la región de Gaume.
Este cremoso queso, cuya corteza se limpia a mano en un proceso muy curioso, se fabrica en lotes de 320 unidades de dos kilos. 640 kilos de placer que, en caso de tener lugar dónde conservarlos, me incitarían a dar un gran golpe.
Para maridar la cata del queso de Orval, qué elegir si no una de sus cervezas. Fabricadas desde 1931 para aumentar los beneficios y asegurar así los pagos de la nueva abadía, su receta sigue prácticamente intacta. Tres fermentaciones, dos en la cervecería y una tercera en la botella hacen de la cerveza de Orval -la única cerveza fabricada aquí, pues no hay varios tipos como en las otras abadías trapenses-, la más particular de las cervezas de abadía belgas.
À l’Ange Gardien, el café-restaurante de Orval
A pocos minutos andando de la Abadía de Orval, junto a la zona destinada al aparcamiento de los visitantes, se encuentra À l’Ange Gardien, la cafetería-restaurante de Orval y el lugar más cercano a la abadía en el que poder tomar una cerveza, pues aunque en la tienda de la abadía puedes comprarlas, no puedes consumirlas.
Además de las vistas de la abadía que tiene su terraza, una visita a este café es la forma perfecta de terminar tu día en Orval por la sencilla razón de que es el único lugar del mundo que sirve Orval de grifo. Esta cerveza es muy especial, pues al no pasar nunca por una botella pierde la tercera de las fermentaciones, quedando así en una graduación de 4.5% en lugar del habitual 6.2%.
También aquí podrás tomar una Vieil Orval, que no es más que una Orval que ha pasado al menos un año entero en botella, ganando así en cuerpo y sabor. Ten sólo en cuenta que À l’Ange Gardien cierra los miércoles y durante todo el mes de enero. Aunque con el frío que hace en las Ardenas por entonces no creo que te apetezca mucho ir de abadías.
Una experiencia que aúna gastronomía, historia, misterio, leyendas, cultura, una vivencia de las que marcan los viajes y por qué no decirlo, la vida. Así es el rincón más fantástico de Bélgica, la Abadía de Orval.