Reflexiones

Viajar sin volar, reflexiones tras cinco años en tierra

abril 7, 2017 4004 views
Aeropuerto de Fráncfort del Meno, AlemaniaAeropuerto de Fráncfort del Meno, Alemania

Cuando pensamos en viajar, a muchos nos viene a la mente en primera instancia un avión. Un vuelo que nos lleve a un lugar remoto, alejados de monotonía y responsabilidades. En los últimos cinco años no he parado de viajar, en cambio no he volado. Déjame que te hable de lo que ha supuesto para mí un lustro de viajar sin volar.

Hace unos pocos días, conversando con una amiga, me di cuenta de que hacía más de cinco años que no volaba. Un vuelo de Ryanair de Budapest a Manchester el 6 de marzo de 2012 por que el que pagué tan sólo 2 céntimos de Euro se convirtió inesperadamente en la última ocasión en la que me encontré a miles de pies de altura.

Pero dejar de volar no me hizo dejar de viajar. Desde ese día he pisado 17 países distintos, en los que al menos he pasado unos días. He vivido en Reino Unido 16 meses, 10 en Bélgica y llevo más de dos años viviendo en Estonia. He pasado en casa menos de un año en total. Dejar de volar no me hizo dejar de Vivir Europa. No me hizo dejar de conocer este viejo continente. De hecho, creo que dejar de volar me ha hecho conocerlo aún mejor.

Por qué dejé de volar

Cuando digo que no vuelo, tras la sorpresa inicial, mi interlocutor suele preguntar siempre lo mismo: ¿es por miedo? Ésta es una conclusión lógica. Especialmente si esta persona ya sabe que viajo mucho, que vivo viajando. El miedo parece el único motivo razonable por el que la gente deja de volar, o no lo hace nunca.

Pero éste no fue mi caso. Volar me gustó desde el momento en que un ValenciaMadrid con Iberia me trasladó por aire por primera vez un 19 de julio de 2002. Y el vuelo en sí no ha dejado nunca de gustarme. Yo dejé de volar por un juego, que terminó en una promesa y hoy en día es un compromiso con el futuro.

Dejé de volar por pura diversión. 2012 era la época de apogeo de las empresas aéreas low cost. La gente volaba más que nunca, y el «bajo coste» cada día lo era menos. Había que pagar para elegir asiento, para facturar equipaje, para recibir tu tarjeta de embarque en el aeropuerto, para entrar antes en el avión, había que pagar hasta para pagar con ciertas tarjetas. Todo esto era tolerable cuando el adaptarte te permitía volar por menos de 10€, pero ya comenzaba a ser difícil encontrar algún vuelo de idea y vuelta por menos de 50€.

Unida a esta tendencia, me encontré también con que el servicio ofrecido por las aerolíneas cada vez era de menor calidad. No voy a llegar al extremo de decir que te trataban mal en un vuelo o mientras estabas en el aeropuerto, pero desde luego no sentía que se esforzasen por hacerte sentir bien.

El reto de viajar sin volar

Entonces surgió el juego a través de la página de Facebook de Vivir Europa, o quizás de twitter, no recuerdo bien. Tras la que posiblemente no era mi primera queja al respecto de los vuelos, alguien me dijo: “Si vives viajando, ¿por qué no dejas de volar? Tiempo te sobra.” Con el reto lanzado, me decidí por aceptarlo.

El paso del tiempo convirtió, quizás más en mi mente, este pequeño juego en una promesa. Sentía que en el momento en que eligiese volar, algunos de los lectores habituales de Vivir Europa, se sentirían traicionados. Así que desde el Reino Unido fui a España en tren y autobús, y luego a Bélgica de la misma forma.

La huella de carbono de los vuelos

Pero esta estúpida promesa, de forma inesperada, se encontró con una realidad. Volar no es bueno para el medio ambiente. Los vuelos comerciales son el medio de transporte que más emisiones de CO2 realizan tanto por vehículo como por pasajero. Sólo algunos vehículos ocupados sólo por el conductor tienen un impacto equiparable. Puedes ver datos al respecto en éste estudio.

La diferencia entre la emisión de carbono de un autobús o tren y la de un avión (en condiciones de ocupación similares) es tal que si tienes que elegir entre dejar de comer carne y dejar de volar basado exclusivamente en el impacto en el medio ambiente, te aconsejo lo segundo.

Qué beneficios me ha traído dejar de volar

Desde que dejé de volar, más allá del impacto medioambiental, creo que viajo mejor. Viajo sin prisa, cargado de la paciencia del que sabe que los destinos no están a unos pocos minutos u horas. Las esperas en estaciones son mucho menores que lo fueron en aeropuertos, así que todas mis horas tienen propósito, el propósito de cambiar de lugar.

Nadie me hace pasar por controles de seguridad que rozan la vejación. No tengo que competir por el mejor asiento con nadie, y nadie aplaude al llegar. Hasta los precios en las estaciones de tren y de autobús son más asequibles que los de los aeropuertos, así que no tengo que pagar 10€ por un sandwich o 3€ por medio litro de agua.

El mayor beneficio, es sin duda, lo que disfruto de los lugares, y lo que me centro en conocer las peculiaridades que nos hacen diferentes. Cuando te cuesta el mismo tiempo llegar de Estonia a Lituania en autobús que volar desde Alemania hasta India, sabes que no vas a un mundo completamente distinto, sino a un lugar en el que el reto está en encontrar los matices.

Desventajas de viajar sin volar

No creo que sea necesario explayarme a este respecto, pues tú las habrás pensando ya. Viajar tan lento puede complicar algo tan simple como volver a casa cuando emigras o visitar lugares más alejados.

También puede suceder que el viaje por tierra te salga más caro que por aire. Éste no es siempre el caso, sobretodo si tenemos en cuenta que los aeropuertos no suelen estar en el centre de la ciudad, mientras que estaciones de autobús y tren sí. Esto disminuye el gasto total de transporte.

Para mí, la peor de todas las desventajas de volar, es en cambio, una muy sencilla. No poder deleitarme con vistas como ésta. Las nubes, de un blanco inmaculado, que parecen soportar el avión en el cielo.
Volar

Enfrentarse a la realidad de una vida sin volar

Entiendo que para mí, sin un trabajo de oficina o hijos es mucho más sencillo pasar unos días viajando por tierra. Que el vuelo acorta el tiempo de viaje y te permite pasar más tiempo en tu destino. Que si tu sueño es visitar Nueva York, unos días de crucero para llegar hasta allí podría acabar con tu presupuesto y tu tiempo disponible.

Pero quizás estás dejando lugares más cercanos sin ver por ese ansia que parece que tenemos por seguir modas. Quizás un destino a pocos cientos de kilómetros te aporte experiencias tan especiales como las antípodas. La única forma de saber si no volar es para ti, es probarlo.

Viajar sin volar es viajar de una forma distinta, menos apresurada y más consciente. Es un reto en un mundo en el que el mero hecho de estar presente y realizar una única actividad es poco habitual. Pero considera este artículo mi invitación a probarlo, y a contarme en los comentarios qué tal te ha ido.

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