Hablar de la isla de Mallorca es hablar de la hermana mayor de las Baleares, y no solo porque es la isla más grande y la capital del archipiélago está en ella, sino porque Mallorca da la sensación de ser lo que sus hermanas sería sin madurasen, si se hiciesen mayores.
Y no digo esto porque Mallorca sea ejemplo de seriedad y haya perdido la frescura que rebosan las islas del Mediterráneo, es tan solo una sensación que se vive en el día a día de la isla, quizás debido a su riqueza histórica.
Gracias a la gran cantidad de hoteles en Mallorca baratos y a la tarea de las aerolíneas de bajo coste europeas, la isla recibe millones de personas cada año que multiplican la población de la isla. Y es tan mágico lo que los turistas se encuentran allí que muchos son los que convierten una de sus visitas en una residencia permanente.
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Son famosos, en particular, los alemanes en la isla, descendientes quizás de los vándalos que en el siglo V se hicieron con el control de Mallorca a costa de los romanos. Pero el león no es tan fiero como lo pintan. ni Mallorca tan alemana como se piensa.
Pasear por Palma, recorriendo las callejuelas cercanas a La Seu -su fantástica catedral que rige la ciudad desde su elevada posición-, no deja de ser una incursión más en una bella ciudad Mediterránea. No hay el más mínimo parecido a centro Europa aquí.
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Más allá de la ciudad, más allá también del Castillo de Bellver es quizás cuando la verdadera Mallorca comienza. Una Mallorca de pueblos costeros, pero también de montaña. Una Mallorca cuya sierra Tramuntana, coronada aquí y allí por viejas atalayas toma en más de una ocasión el protagonismo que se le supone a las playas en una isla.
Pero qué fantástica resulta una lucha por atraer la atención, una pelea de gallos, cuando los contendientes son de semejante calidad. Por un lado tenemos aguas turquesa, recogidas en angostos entrantes forzados entre rocas por la violenta fuerza marina. Playas de roca, arena o grava que en su encanto de sirena terminan por volverte en contra de tu propia especie haciendo crecer en ti la sensación de que eres el único merecedor de su disfrute.
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Por el otro los verdes espacios, acordonados por un retorcido entramado de carreteras no aptas para estómagos débiles y conductores noveles. Colinas que terminan convertidas en acantilados. Lugares perfectos para ver, y esto es algo recurrente en las islas, una vez más la puesta de sol sobre el Mediterráneo. Zonas protegidas por el orgullo de sus gentes y la cordura del ser humano, que afortunadamente aparece en ocasiones.
Y de entre las dos opciones, una pequeña cala llamada Cala Deià inclina mi balanza. Y eso que una medusa quiso en ella estropear mis días contemplativos en Mallorca en el verano pasado. Digamos que es mi Cala Conta de Mallorca.
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Las bondades de Mallorca no acaban en sus paisajes, ni mucho menos. Tampoco en las discotecas y bares en las que turistas y locales tratan de satisfacer necesidades de lo más básicas. El paladar también disfrutará de la isla que vio nacer a las ensaimadas y madurar a la sobrasada.
Todo esto y mucho más te espera en una visita a Mallorca, que ya no es la isla tranquila de antaño, pero que sin duda tiene muchísimo que ofrecerte. ¿No crees?
Nota: las fotografías de este artículo han sido realizadas por Werner Raabe y usadas en Vivir Europa mediante la licencia Creative Commons.