Muy cerca aún de la frontera con Eslovaquia y Hungría, en el Óblast (lo que vendría a ser una comunidad autónoma) de Zakarpattia, también conocido como Transcarpatia, pasé un fin de semana fuera de Debrecen. Allí visité las dos ciudades más grandes de la región, Uzhgorod, centro administrativo de el Óblast y Mukachevo, de la que hablaré a continuación.
Primero, he de confesar que quería que este artículo se llamase «mi primera ciudad ucraniana«, pero he comprobado apenado que Chop es una ciudad a pesar de no llegar a los diez mil habitantes. Chop es el destino del tren que cruza la frontera entre Hungría y Ucrania, partiendo de la ciudad húngara de Záhony y recorriendo tres kilómetros a la fascinante velocidad de 6 kilómetros por hora.
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Tras un movido viaje en un autobús ucraniano, por carreteras que parecían asfaltadas antes incluso de la Unión Soviética y que no recomiendo a estómagos débiles llegamos a Mukachevo, mi segunda ciudad ucraniana, cuyos más de 80 000 habitantes no le hacen entrar ni en el top 50 de ciudades más pobladas del país. En países como Estonia, por ejemplo, Mukachevo sería la tercera ciudad con mayor número de habitantes. ¡Una de las maravillas de la variedad de Europa!
Conocida durante gran parte de su vida como Munkács, nombre húngaro, esta ciudad, como toda la región, formó parte de Hungría hasta que el Tratado de Trianón se encargaró de redistribuir el territorio húngaro entre gran parte de los países colindantes en 1920.
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Pero Mukachevo aún tiene mucho de húngara, y no lo digo solo porque casi un diez por ciento de su población siga siendo de esta etnia, sino porque en Mukachevo se homenajea a Hungría.
En el castillo de Mukachevo, conocido también como castillo Palanok, podemos ver ondear la bandera ucraniana junto a una estatua de un Turul, la mítica ave húngara. En este lugar se rememora el punto en el que comenzó la revolución de 1685 contra los Habsburgo. Desde sus alturas podremos disfrutar de los Cárpatos en la cercanía y del río Latorytsia que cruza la ciudad.
Además del castillo, Mukachevo cuenta con uno de esos maravillosos cascos históricos que son tan habituales en las ciudades pequeñas del centro de Europa. De allí, sin duda, el edificio que más atrajo mi atención fue el ayuntamiento de la ciudad. Con un intenso color aguamarina que en otras ciudades podría asemejar una broma de mal gusto.
La huella del comunismo se nota aún muy presente en este país, el primero de la ex Unión Soviética que visitaba, tanto en sus calles como en sus vehículos, qué divertido me pareció ver un montón de Ladas por las calles de la ciudad. Yo aprendí a conducir con un Niva, así que le tengo un cariño y un respeto especial a esta marca de tanques para civiles.
Pero el hogar de los rutenos es ya también parte de occidente y, aunque no vi ningún restaurante de comida rápida en la ciudad, sí que vi ejemplos tan claros de que aquí ya no existe el telón de acero como el restaurante de la siguiente foto.
Aún así, no pierde todo el encanto de un lugar que ni es tan extraño a los turistas, ni es tan barato como hace unos años (aunque sea incluso más barato que Hungría), ni es tan poco accesible; pero que nos sigue recordando un tiempo en el que el mundo estaba dividido en dos.
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