Este artículo pertenece a la guía de San Petersburgo de Vivir Europa.
Un largo trayecto en un transporte público concebido en una época que forma parte de la historia, temperaturas por debajo de los cero grados, mapas que se contradicen, una mala noche de sueño. No concibo muchos motivos que tenga el suficiente peso para parar a nuestra alma exploradora una vez puesta en movimiento. Seguro que has sentido esta presión en el pecho alguna vez, el deseo de descubrir ése lugar que casi nadie más conoce. Hoy me llevó este indomable impulso a visitar la construcción de madera más impresionante que mi cascada memoria recuerda: la Iglesia de la Intercesión de la Virgen Santa de San Petersburgo.
Conocer una ciudad como San Petersburgo en profundidad es una tarea imposible. No me sorprendería que tuviera tantos templos, palacios y edificios destacables como algunos países menores; aunque sólo sea porque supera en población a casi la mitad de los estados soberanos del continente europeo. Así que sé que aunque algún día algún amigo, o tú mismo, me podáis considerar un experto en esta ciudad, San Petersburgo, y yo mismo, sabremos que este apelativo es falso, que apenas nos conocemos, que sé tanto sobre ella como se sabe de un compañero de trabajo de un departamento distinto en una gran empresa. Por este motivo descubrir lugares como la Iglesia de la Intercesión de la Virgen Santa son pequeñas victorias que me encanta saborear.
Todo comenzó con algunas fotos en Internet y la voluntad de descubrir algo nuevo que antes comentaba. Y pronto recorría con mi amigo Jorge -finalista de los premios Bitácoras 2016 por su fantástico blog de fisioterapia– la Avenida de Nevski en dirección a la estación de metro de Mayakovskaya (??????????). Tras cambiar 35 rublos (precio en noviembre de 2016) por esa ficha dorada con el símbolo del metro de San Petersburgo grabado en ella que me parece el mejor souvenir de esta ciudad, nos adentramos en las entrañas de la ciudad. Si no has viajado a San Petersburgo aún quizás no lo sepas, pero su metro es profundo, muy profundo.
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Tras varios minutos de escalera mecánica nos encontramos con la sala de la estación, separada de las vías del metro por un muro color carmín con puertas de metal que sólo se abren cuando el metro llega. Estaba convencido de que eran tres estaciones las que nos separaban de Lomonosovskaya (??????????????), pero dos estaciones y unos quince minutos después de haber entrado en el vagón del metro salíamos en dirección a la superficie.
Lomonosovskaya, la estación de metro, se encuentra lejos del centro de San Petersburgo, a once kilómetros a pie de la Plaza del Palacio. Para que te hagas una idea, esa es la distancia que hay de la Plaza del Sol de Madrid al centro de Leganés, o del inicio de La Rambla de Barcelona, junto al Paseo de Colón hasta el Tibidabo. Vamos, que lo de que San Petersburgo es grande no es una falacia.
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A unos pasos del edificio de la estación de metro de Lomonosovskaya se encuentra una parada de autobuses donde puedes tomar tanto el autobús 476 como el K-476 (la K, descubro al escribir esto, significa que el autobús es un minibús. Éstos suelen ser más caros y, muy importante, tienes que indicar al conductor -a voces- cuando quieres parar).
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El trayecto hacia Nevskiy lesopark (??????? ????????), nuestra parada, varía dependiendo del tráfico y el tipo de autobús, pero gira en torno a la media hora. Ten en cuenta que si viajas en un K-476 tendrás que decirle al conductor cuando quieres parar (no hay botones para señalar parada, al menos en el autobús en el que yo viajé). Nosotros no sabíamos que había que avisar al conductor, así que nos quedamos como bobos de pie, viendo pasar la iglesia, hasta que un amable pasajero ruso voceó al conductor y este nos dejó, literalmente, en una curva cualquiera. Pero vamos, que las paradas, tanto para ir, como para volver, están junto al recinto de la iglesia.
El caso es que creo que ganamos con la experiencia de no parar donde tocaba, pues la panorámica de la Iglesia de la Intercesión de la Virgen Santa con que nos encontramos fue arrebatadora. Era el primer día de noviembre, y los árboles que aún conservaban sus hojas, tenían éstas de colores que eran más cercanos a la ceniza que a los intensos rojos, amarillos o marrones que marcan el inicio del otoño. Y frente a nosotros, rodeado de una muralla de madera con varios torreones, la iglesia, y algunos edificios más. También de madera, todo de madera.
Mientras nos acercábamos, despacio, pues tocaba preparar todo el material fotográfico para ilustrar este artículo, un momento místico nos golpeó por sorpresa. Faltaba un cuarto de hora para la una, o quizás las dos, y las campanas de la torre adyacente a la iglesia comenzaron a sonar. El lugar no carece de ruido debido a estar pegado a la carretera por donde el autobús pasa, y unas obras de las que hablaré más adelante. Pero por unos segundos lo único que pude escuchar fueron estas campanas que no sonaban como las iglesias occidentales. Tenían algo de oriental en ellas.
Una vez repuestos nos dispusimos a adentrarme al recinto de la Iglesia de la Intercesión de la Virgen Santa. Este lugar funciona como una iglesia, no es un museo, y no parece que tenga muchas visitas, pues la mayoría de los locales con los que hablo y otros visitantes, no han oído hablar de ella nunca. Así que no hay precio de entrada alguno.
Desde la puerta de acceso, ligeramente elevada sobre el resto del terreno, se encuentra la imponente iglesia con sus cúpulas de cebolla, veinte, si no me desconté. A tu derecha la torre desde la que suenan las campanas y un edificio de una planta relativamente nuevo, si tenemos en cuenta el color de la madera, mucho más claro.
Junto a nosotros una pequeña casita con su propia cúpula de cebolla y a la izquierda un edificio de tres plantas que estaba siendo renovado, unas mesas en su parte oeste parecen indicar que se trata de un restaurante, que desde luego no estaba abierto. Tras éste, un nuevo edificio se estaba construyendo, éstas eran las obras de las que hablaba antes, y su sonido principal el de la moto sierra cortando inmensos troncos. Todo lo que vemos se hace con madera aquí.
Si no contamos a los obreros, el personal de la iglesia (no vi a ningún sacerdote), a Jorge y a mí, sólo vi a un puñado de personas en el tiempo que pasé allí. No sé si era el hecho de que fuese un martes de noviembre, o es algo habitual. Todas ellas, eso sí, seguían un mismo patrón: eran rusos y venían a rezar. Con esto el lugar ganaba en paz y las fotos sin gente se convirtieron en una realidad bastante asequible.
Si el exterior era fascinante, el interior de la Iglesia de la Intercesión de la Virgen Santa no lo fue menos. Lamentablemente, como templo en funcionamiento, las fotografías estaban estrictamente prohibidas, y creo que hay que respetar siempre estas restricciones por simple educación. Mis disculpas, por tanto, por no poder ofrecerte imágenes del interior. Sí puedo, en la medida que mi memoria a corto plazo me permite, decirte algunas cosas que llamaron mi atención y que disfrutarás viendo.
Lo primero que destacó en esa fría mañana de noviembre fue la temperatura del interior. A pesar de los pocos visitantes que parecían tener, el lugar estaba genialmente acondicionado. Mi cuerpo entró rápidamente en calor desde el primer paso dentro de la iglesia, qué reconfortante sensación.
Una vez en calor mis ojos se percataron de una diferencia con otras iglesias ortodoxas que he visitado antes, seguramente debida a que la construcción es en madera. Los colores de todas las imágenes y motivos que decoran el lugar son mucho más suaves de lo habitual. Están gastados, sin parecer que el motivo tras esto sea la edad de los frescos. Por cierto, hablando de frescos, en la parte izquierda del púlpito, visto desde la entrada, se encuentra una imagen que en lugar haber sido simplemente pintada sobre la pared ha sido primero tallada. Se trata de Jorge de Capadocia, San Jorge, matando al dragón con su lanza, imagen que aún aparece en el escudo nacional ruso.
Oraciones, de forma constante, son recitadas como un interminable mantra a través de pequeños altavoces que cuelgan del techo de la iglesia (no demasiado alto). El hecho de que sean en un idioma ininteligible ayuda a hacer esta oración parte del proceso de relajación que mi cuero parecía sentir dentro de la iglesia.
Y para relajarse de verdad, al menos en mi caso, nada más que acercarse a alguna de las bandejas de arena que se reparte por la iglesia y en las que arden las finas velas que los fieles prenden. La llama de una vela evoca en mí una calma que en ocasiones me hace plantearme si no tendré alguna tendencia pirómana escondida en mi psique.
Tras visitar el interior, aún pasé casi una hora más paseando por el lugar. Sentía que no podía irme, que tenía que disfrutar de este sitio. Quería que mi cabeza, tan acostumbrada ya a ver cosas nuevas que parece no prestarles atención se centrase y comprendiese lo especial que era la Iglesia de la Intercesión de la Virgen Santa. Creo que lo conseguí y espero haber también transmitido algo de mis sensaciones con este texto y fotografías.
La iglesia puede resultarte familiar pues es prácticamente idéntica a la Iglesia de la Transfiguración de Kizhi, en la isla homónima del lago Onega, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y uno de los lugares más populares de Rusia. De hecho fue también originalmente construida en el siglo XVIII. Su fundación fue exactamente en 1708, y fue perdida por un incendio en 1963. Posteriormente fue reconstruida entre 2003 y 2008.
No creo que tenga que decírtelo, porque ya lo habrás decidido tú mismo. Pero digámoslo en voz alta: ¡cuando viaje a San Petersburgo iré a la Iglesia de la Intercesión de la Virgen Santa! Muy bien, ahora lo has dicho, no hay vuelta atrás, hazte con tu visado ruso y visita San Petersburgo antes de que vaya a tu casa con una vela encendida en la mano.
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