Szent István, la basílica de San Esteban de Budapest

La oferta de Budapest no tiene límite. Desde mi primera visita a la capital de Hungría han pasado casi siete años en el momento en que actualizo este artículo (febrero de 2018) y aún te puedo asegurar que veo cosas nuevas cada vez que voy. Me costó, no obstante, bastantes visitas llegar a la basílica de San Esteban, que es a su vez catedral de la ciudad.

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En una ciudad tan majestuosa como la capital de Hungría, en la que el río Danubio forma un paseo imprescindible, que se debe repetir tantas veces como se viaje a Budapest. Donde la  histórica Avenida de Andrassy cuenta con la ópera, la Plaza de los Héroes o la segunda línea de metro más antigua del mundo; todo lo que queda fuera de estas dos rutas cae inevitablemente en el olvido.

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O al menos no se lleva todas las menciones que una obra arquitectónica del calibre de la Basílica de San Esteban (Szent István en húngaro) debería llevarse. El gigantesco templo comparte con el Parlamento de Hungría el privilegio de ser el edificio más alto de Budapest con sus 96 metros, y te deslumbra en el mismo momento en que te lo encuentras, inesperadamente, callejeando por el distrito V de la ciudad, el centro de Pest.

Ponerse en frente de la fachada y caminar de espaldas para conseguir abarcar con el objetivo de tu cámara el edificio al completo te ayuda a comprender esa sensación de inmensidad que te asedia desde el momento en que te encuentras frente al edificio. Afortunadamente, con la Basílica de San Esteban no sucede como con tantos otros edificios dignos de admiración, aquí no hay fincas pegadas que te impidan admirar como es debido la arquitectura neoclásica que hay ante tus ojos.

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Una gran plaza, que hace las veces de terraza para varios bares durante el verano te da toda la libertad que necesitas para hacer tomas sin molestos y vertiginosos ángulos.

Dicen de su interior que es una auténtica pasada, y lo cierto es que debe serlo pues es más grande aún por fuera que la basílica de Eger, pero no puedo hablar de ello porque aún no me decidí a entrar. ¿El motivo? Que servidor nunca ha entendido el término de donativo obligatorio.

Al acercarme a la basílica, tras comprobar en números dorados que efectivamente el edificio se comenzó a construir hace 161 años, en 1851, cuando Budapest era una de las ciudades más ricas de Europa – ricas en dinero y en cultura a partes iguales – vi en la entrada a un hombre dispuesto a no dejar pasar a nadie que no quisiese pagar el donativo de 400 HUF o 2€ (el que hizo el cambio de moneda no era muy listo, o lo era demasiado, por cierto). Y yo, que tengo espíritu de rebelde en ciertas ocasiones pensé que antes disfrutaría de otros lugares en la ciudad que regalar mi dinero como donativo a aquél que lo quiere de forma obligatoria.

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Algún día claudicaré, lo tengo claro, mi tendencia hedonista a disfrutar de las grandes obras de la humanidad y a no dejar un lugar sin explorar, hará que done, incluso voluntariamente, aquello que se me ha sugerido. Al fin y al cabo, ¡qué son 2€! O mejor aún, visitaré la catedral durante uno de los conciertos de órgano, celebrados en la basílica, y que maravillan a locales y visitantes. ¡Al menos esta entrada no se llama donativo!

Pero por ahora, me visto de revolucionario y te invito a ver el exterior de la basílica de San Esteban durante tu visita a Budapest. No te pierdas todos los detalles de su cúpula y sus dos torres y, con los 400 florines del donativo, ¡tómate un café con leche o una cerveza a mi salud!