[Székesfehérvár, 5 de marzo de 2012]. Comienzo a escribir estas líneas a menos de 24 horas de que salga mi vuelo con Ryanair desde la Terminal 2 del Aeropuerto Liszt Ferenc de Budapest con destino a Manchester. Lo más curioso es que al final voy a hacer uso de un billete que compré sólo porque costaba dos céntimos de euro y pensé que no estaría mal tener un plan C.
Pero el A y el B no salieron, y aquí estoy, a punto de comenzar mis andanzas por Inglaterra, pausando así por un tiempo este proyecto que es Vivir Europa (que no la web, claro está). El destino, como ya te conté, Southampton, donde mi hermano me espera en una ciudad que conozco bastante tras cuatro visitas y de la que te he hablado antes.
Terminan así seis meses en Hungría, país del que no conocía nada y del que ahora mismo estoy locamente enamorado. Seis meses de lucha, ya sobre el cuadrilátero, por sacar a delante un proyecto. Experiencia de vida en la que lo único cierto es que viajar no es, ni mucho menos suficiente.
Me viene en mente el amigo Iván, Ciudadano en el Mundo, y la que es su palabra favorita: emprendizaje. Porque sin duda estos seis meses en los que he decidido emprender este proyecto-viaje han sido los meses en los que más he aprendido en mi vida, sobre Hungría, su cultura y su sociedad, sí; pero también sobre mí mismo y sobre mi propio futuro.
De Hungría tengo mucho que destacar y todavía mucho que contar. Pero si quieres hacerte una idea de qué me hace llevar grabado en el corazón al país de los magiares te recomiendo leer el artículo que escribí en el blog de Luis Cicerone. No obstante insistiré en dos puntos, las dos caras de la moneda, y que no han hecho más que magnificarse en los últimos días que he pasado, en la ciudad de Székesfehérvár, tras haber dejado Debrecen.
Por un lado, los húngaros son gente maravillosa. Creo que son los más latinos de todos los centroeuropeos, con lo bueno y malo que eso conlleva, pero en el fondo son personas agradables, bondadosas y, cuando se sobreponen a su mayor problema, su horrible pesimismo, destilan ganas de vivir y de compartir. No hagas caso a lo que se dice en comunidades de españoles en Hungría. Gran parte de aquellos que se quejan de la gente de este país venían al mismo con la intención de explotarlo en los tiempos de la burbuja económica, y claro, salieron escaldados.
La cruz de la moneda, lo que más me duele, es en cambio el poco, por no decir ningún, interés que tiene en el turismo internacional Hungría. Me he encontrado muchísimas barreras a lo largo de este medio año a la hora de conseguir apoyo para mostrar Hungría al exterior. Sobretodo más allá de Budapest. Y no solo hablo de dinero. La mayoría de las grandes compañías húngaras, ya sean estatales o privadas orientadas al turismo están a años luz en lo que a la promoción por Internet se refiere.
Nos quejamos a veces en este mundillo de que las oficinas de turismo no son receptivas. Pues intentadlo con aquellas que casi no saben ni qué es twitter, facebook o la repercusión que puede tener tu posición en Google.
Aún así he disfrutado muchísimo de todo lo que he hecho aquí. He descubierto paisajes inimaginables hasta en mi último fin de semana aquí (si no me crees, mira la última foto de este artículo, atardecer sobre el lago Balaton). Me he peleado con la báscula en un intento por saborear su gastronomía sin sufrir consecuencias graves, brindado con vinos de regiones que desconocía y que ahora buscaré en bodegas de todo el mundo, charlado con gente sobre un país que sufrió durante todo el siglo XX y que aún así cuenta con la gente más orgullosa que jamás vi. En definitiva, tras seis meses puedo decir, feliz, que he vivido Hungría. Y solo puedo insistir, una vez más, en que tú deberías hacer lo mismo. Yo volveré.
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